Pero lo que nadie había reparado, es que el pequeño Joshua, quizá por su inocencia, fue la desesperación no lo abrumó, y se puso a jugar a las escondidas. Dada su agilidad y edad, podía desplazarse rápidamente sin cansarse demasiado. Caminó y vio una pequeña especie de madriguera, por la cual, descendió, luego, se abría una especie de ruta subterránea que terminaba en una pequeña caverna bajo el suelo. Joshua no obstante comprendía que mientras ese estruendo continuase, mejor esperaba en la cueva.
Cuando tuvo el presentimiento, o quizá la certeza, ya que el silencio era absoluto, Joshua decidió emerger a la superficie. Salió de la madriguera. ¿Qué había ocurrido? ¿Y los cactus que estaban en medio de aquellos arenales? ¿Por qué no estaban? Observó la tierra. ¿Estaba siendo presa de una alucinación o la tierra era violeta?
Joshua miró dos veces. La tierra seguía siendo violeta. No muy convencido, se agachó, y tomó pequeños guijarros, y allí se sacó las dudas: Todos ellos eran violetas. Los había más claros, más oscuros, y algunos nacarados y brillantes. Hasta había perlas violetas. Joshua se detuvo. Eligió los guijarros más redondos, oh casualidad, se trataba de las perlas, y cargó todas las que pudo en su morral. Así continuó la marcha Joshua con su morral cargado de Perlas Violetas.
-¡Mamá! ¡Papá! - grito, más obviamente, no obtuvo respuesta.
Joshua, revisó todo lo que estuvo a su alcance la zona desde la cual había partido quien sabe cuánto tiempo hacía, porque lo cierto es que había perdido la noción de cuánto tiempo había permanecido en la madriguera. Tampoco sabía a ciencia cierta, si se había quedado dormido.
Joshua pues, comenzó a deambular, sin un rumbo preciso, estaba absolutamente solo en ese páramo, no había cactus, no estaba su familia, no había nadie.
Joshua caminó, caminó y caminó. En un momento determinado, luego de varios días, le pareció ver una especie de hormiguero. Lo primero que llamó la atención de Joshua fue que las hormigas no eran todas negras, sino que (no podía distinguir bien puesto que eran más pequeñas que las hormigas que él conocía), pero sí podía percibir, que eran multicolores.
Joshua se alejó un tanto del lugar, y para su sorpresa, vio en medio de los guijarros violetas, una lupa.
Entonces, Joshua volvió hacia el hormiguero microscópico, y para no asustarlas, primero se quedó completamente inmóvil, casi aguantando la respiración.
Así, observó con la lupa. ¡No eran hormigas! ¡Eran personas como él, pero del tamaño de las hormigas! Observó, había mujeres, niños, ancianos, era como estar viendo desde un avión que va aterrizando, una maqueta, lo cierto es que era una ciudad, con su plaza central.
Joshua observó un poco más. Las vestimentas de las personas eran parecidas a las que mucho tiempo atrás, cuando no había llegado la devastación ni los gigantes, la maestra le había enseñado en la escuela.
Joshua observó a ese pequeño conjunto de Lilliputenses. Vestían como Hernandarias, Pedro de Mendoza, y Cristóbal Colón.
Observó aún más. Direccionó la lupa hacia la plaza de Armas, y allí había un cadalso.
El pequeño Joshua no lo sabía, porque la maestra no había tenido tiempo de explicarle quiénes eran esos señores, todos vestidos de negro, con capuchas negras. Joshua observaba.
Los señores de capuchas negras, conducían a una fila de gente, tanto mujeres como niños, como hombres, todos encadenados, hacia la plaza.
Joshua sólo tenía un morral con perlas violetas. Pensó, que bastaba poner una que su tamaño superaría el del Cabildo de la plaza de Armas.
Lo único que debía calcular, era un lugar exacto para que la perla no derribara ninguna de las construcciones, ni aplastara ninguna "hormiga"...