La Mujer vestida de Verde.


¡No podés seguir siendo tan egoísta! ¡Sólo pensás en vos! ¡No hacés las cosas que hacen todos! ¡No se te puede decir nada! ¡Sólo sacudiéndote parece que te entran las cosas! ¡Sos mala madre! ¡Sos antisocial! ¡Sos antipática! ¡Te pasás encerrada en una burbuja! ¡Tu vida es un desastre! ¡No ves que ya nadie te soporta! ¡Ya nadie se anima a decirte nada porque lo vas a tomar a mal! ¡No podés quedarte todo el día quieta llorando por tus tristezas! ¡Tenés que hacer cosas! ¡Estás dando una imagen nefasta a todos quienes te rodean! ¡Lo único que hacés es confirmar lo que todos opinan! ¡Das lástima! ¡Te gusta que tus hijos tengan una madre de la que todo el mundo piensa está loca! ¡Ya todos están cansados de vos!


Esa voz todo el tiempo. Victoria la conoce desde que ha nacido. Antes, los rezongos eran diferentes, cuando fue niña, eran rezongos para niños, como el de ser la responsable de que su hermano pereciera bajo un aloe en una plaza, porque se había puesto a gatear, como todos los niños de esa edad hacían, y jugaban al túnel bajo la planta. Pero la madre de Victoria, lo había encomendado a su cuidado. Victoria, estaba en la plaza, cuando vio desesperada que su hermano pequeño había hecho la travesura de meterse con todos los demás niños en el laberinto de aloe. Fue entonces que le avisó a su madre, quien por supuesto, después de ir desesperada a sacar al menor, rezongó a Victoria de todas las formas posibles.

Aquellas voces, si bien primero fueron pronunciadas por su madre, luego, siguieron hablándole a Victoria. Ella se sentía culpable. Su hermano, le había explicado la madre, podría haber perecido en el laberinto de aloe picado por una araña, o quizá también podría haber sido mordido por una culebra.

Desde pequeña, Victoria sabía lo que significa cuando el juez dictamina “Culpable”.

Lo traía tan grabado a fuego, que parte de esas voces dictaminadoras de veredictos se instalaron en su inconciente desde pequeña para nunca más retirarse.

A medida que Victoria crecía, los veredictos se iban adaptando a aquellos cambios, pero lo cierto es que Victoria nunca supo lo que era la vida sin la presencia de aquellas voces.

El incidente del aloe fue tan traumatizante, que ella lo toma como la presentación de estos señores de toga negra, que habían llegado para instalarse en los confines de su conciencia, y acompañarla de por vida.

Desde entonces, convivió con ellos. Cada paso, decisión, acción que tomaba Victoria, era juzgada apenas unas décimas de nanosegundo a posteriori por los inquisidores de su conciencia. Victoria les había pedido que se retiraran, pero no lo ha logrado hasta ahora.

Han pasado treinta años, y, como otrora, esas voces, siguen hablándole.

Muchas voces le hablan a Victoria. Las reales, de sus afectos más cercanos, y las otras, las que más daño le hacen, las de la conciencia, allá en esa zona que casi toca los límites de la Nada, o inconciencia, si se lo prefiere.

Claro que quienes juzgan a Victoria, no pueden ver más allá de la capa del cráneo. Es por ello que Victoria, les ha explicado, por cierto sin éxito, qué sucede a niveles de su conciencia.

Las vivencias de Victoria son tan increíbles, que precisamente eso resultan a quienes se las cuenta: increíbles, exageradas, ridículas, dominables.
Le dicen a Victoria, que puede hacer algo con aquellas voces para callarlas. Pero la gente no entiende que las voces del inconciente son muy poderosas.

No siempre las voces de su inconciente le señalan sus “mitad de vaso vacía”, otras, le recuerdan que si no respira se morirá irremediablemente, otras, también le recuerdan que su presente es tan efímero, como eternos su pasado y su futuro.

Lo cierto es que cada vez que alguna de esas voces le habla, Victoria queda paralizada. Es la primera reacción de una cadena de fenómenos muy displacenteros, que sólo ella sabe. Luego de la parálisis viene una suerte de desesperación ante su impotencia de callarlas; entonces las voces le hablan más rápido, y más intenso, lo cual conlleva a Victoria a pensar, aunque sea por un período corto en el tiempo, que quizá sea sólo la Muerte quien tenga el poder para enmudecerlas. Luego Victoria se sume en un nudo de angustia, y de ansiedad, que ocupa toda su atención, y no le queda porción alguna para dedicar tiempo a ninguna otra tarea, su microprocesador está a full, y todo lo demás está en cola de espera. Inmediatamente viene la etapa de un dolor que la va quemando, y luego es que Victoria puede aliviarse mediante una catarata construida con todas sus lágrimas encadenadas. Los ojos le quedan en llamas, la cabeza le estalla, y luego de todos esos fenómenos inmanejables, Victoria, poco a poco retoma contacto con su realidad.

Todo el mundo le dice a Victoria que no puede quedar paralizada, y que espera que haga “algo” para contrarrestar sus lágrimas, inamovilidad, y tristeza. Ella dice que no puede, pero nadie le cree.

Victoria está medicada para que esas sensaciones displacenteras no le sean tan agobiantes, y eso ha cambiado sustancialmente su calidad de vida; fue ese el instante en que le presentaron a Siesta, Paz, y Conciliación del Sueño.

Su vida mejoró sustancialmente, pero lo cierto es que nadie sabía que Victoria no conocía a ninguna de ellas, por lo tanto no se dieron cuenta de nada.

A partir de entonces todo el mundo creyó que esas medicinas eran las culpables de la burbuja de Victoria.

En ese orden de los acontecimientos, ocurrió que un día, un pariente de Victoria, le consiguió una entrevista con el especialista más caro del mundo.

El Dr. Di Prac había creado una de las terapias más modernas para el manejo de los trastornos de personalidad. Y quienes rodeaban a Victoria, entendieron que quizá aquella era la única esperanza de salvarla.

(Aunque ellos no entendían que Victoria aceptaba su destino y no quería dejar de ser quien ella era).

Aquella tarde, Victoria tuvo una primera cita con el Dr. Di Prac.

-Dr. Di Prac, tome asiento.
- Victoria, mucho gusto.
- Victoria, descríbame los síntomas de su trastorno.
-Siento desesperación, ahogo, y un miedo infinito a la pérdida del control.
-¿Y Ud. recuerda cuándo aparecen esos episodios?
-No, Dr. Eso es justamente lo más terrible, no existe un patrón, ni causa. Desde hace treinta años que analizo, sabe, soy una tipa super analítica, analizo hasta cuando un mosquito se muere.
- Victoria, responda a mi pregunta.
-El Miedo que siento es porque los episodios pueden aparecer en cualquier momento, y no importa qué esté yo haciendo, puedo estar en una playa del Caribe, disfrutando del agua turquesa, y aparecen.
-Y lo que más la agobia, Victoria, es no tener el control de cuándo aparecen, corríjame si me equivoco.
-En absoluto, Dr. Ese es el Miedo que he sentido desde pequeña, y me acompaña siempre.
-Verá, Victoria. Evidentemente, los procesos de nuestra psiquis van más allá de nuestro control, y es correcto su temor. Dicho de otro modo, Ud. de modo voluntario no puede hacer nada con sus episodios.
-Lo sé.
-La medicación, Victoria, disminuye esas sensaciones displacenteras de terrores y miedos, y por eso es que ahora Ud. está pudiendo dormir, y relajarse más. Pero no es suficiente.
-No.
-¿A qué me dijo que se dedica, Victoria?
-Soy artista.
-Bien. La vamos a operar pasado mañana. Le voy a explicar el método Di Prac.
-Confío plenamente en Ud. Doctor.
- Victoria, el método Di Prac, consiste en colocar una especie de marcapasos encefálico, el cual trae un control para cambiarlo de modalidad. Es decir, cuando Ud, Victoria, prenda el aparato, ciertas sustancias inhibidoras de su psiquis se activarán, y entonces, mediante esta moderna técnica, Ud. finalmente podrá cortar esos episodios, simplemente activando el dispositivo.
-¿Pero y qué sucederá con mis ideas?
-Sus ideas no corren peligro alguno, cuando usted sienta que el episodio culminó, desactive el dispositivo, y verá como queda “parada” en el instante inmediatamente anterior al episodio.
-¡Suena maravilloso, Doctor! ¡Al fin seré normal!
-Así es, Victoria.

Al cabo de un mes, Victoria se sometió a una intervención quirúrgica, que duró cuarenta y ocho horas. Intervinieron diez cirujanos, y más de treinta anestesistas, y otro tanto de asistentes. Todo el equipo coordinado por Di Prec.

Una semana estuvo Victoria en estado de inconciencia. Luego de permanecer en la clínica dos meses en observación, una mañana Di Prec le dio el alta.

A Victoria le costó dos meses readaptarse al mundo que había dejado, volver a sus rutinas, relacionarse con sus pares, realizar su trabajo, y seguir escribiendo.

Pasó el primer mes, y ningún episodio se presentó. Entonces, Victoria, comenzó a aflojar sus tensiones, de a poco comenzó a poder tolerar aquellas conversaciones frívolas que otrora tanto la fastidiaban, y con ese fenómeno nació una simpatía en ella, era capaz de hablar como los demás, de participar de cualquier tipo de oratoria, sin ponerse nerviosa, ni tensa.

Poco a poco fue encargándose de aquello que todo el mundo le había reprochado, comenzó a tener la capacidad de organizar sus días, de administrar su tiempo, de poder aprovechar el día para que nadie dijera que ella no hacía “nada”.

Victoria seguía trabajando, pero antes de partir a la oficina, se ocupaba de su casa por completo: en dos horas, Victoria limpiaba los vidrios, lavaba los pisos, planchaba la ropa, cosía los pliegues de las cortinas si estaban caídos.

-¡Ahora tenés una casa normal!- decían todos los parientes y familiares. -¡Cómo brillan los pisos!, ¡Hacés comida casera!, ¿viste Victoria que no eran tan difícil?

Sucedió que Victoria se ocupó tanto de las tareas se le imputaban en el debe, que poco a poco dejó de escribir. Claro que pocas personas repararon en ello, todos celebraban su “curación”, su “entrada al mundo de los normales”. Sí que apreciaban lo limpia que estaba la casa, se apiadaban de Victoria, y le decían: -¡Qué cansada que estás! ¡Trabajás todo el día y te da el tiempo para todo! ¡Sos una mujer admirable!

Y tan fructífero fue el tratamiento del Dr. Di Prac, que su ex marido y padre de sus hijos le dijo a Victoria: -¡Ahora sí quiero volver a estar con vos!- , y a su vez toda su familia política anhelaba ese final feliz: Victoria y su marido juntos, y sus hijos. Nuevamente la familia.

Victoria estaba tan feliz de ser valorada al fin por aquella gente, que incluso se convenció de que siempre habían tenido razón: Ella no había sido buena madre.

Victoria tenía puesto a Di Prac en un pedestal. Gracias al él, nadie la señalaba con el dedo, sólo recibía elogios y alabanzas.

Victoria sentía que al fin era normal, igual a los demás, que era “eso” que siempre los demás habían esperado que ella fuera, y antes no podía, pero ahora, sí.

Victoria había vuelto con su ex marido, era alabada todos los domingos por los almuerzos familiares, y su espíritu de colaboración.

Pero ninguna de aquellas personas reparó que Victoria hacía mucho que había dejado de escribir. Incluso aprobaron con creces el que Victoria hubiera entrado en razón, y decidiese finalmente vender su piano, ¡había entendido que ocupaba espacio al pedo!, como su flamante marido siempre le había dicho; con quien se había vuelto a casar hace unos meses.

Victoria en su nuevo rol social, hacía relaciones públicas con los padres de los amigos de sus hijos, participaba de los eventos, había logrado gracias a Di Prac, y su cirugía, ser la que todos querían que fuera.

Cuando Victoria ya comenzaba a olvidar la palabra “Episodio”, una tarde, aquellos síntomas aparecieron. Victoria, quedó paralizada.
En estado de trance.
Fue entonces que tomó el dispositivo, que siempre llevaba consigo, y no lo dudó; lo activó de inmediato.

Tal cual le había pronosticado Di Prec, el episodio se esfumó. Inmediatamente estuvo tranquila, y entonces, mandó hacer un cuadro del mentado galeno, el cual colocó en su living, y para rendirle el justo homenaje que Di Prec se merecía lo colgó en la pared que antes ocupara el piano.
Era un óleo gigante, que Victoria había mandado a hacer por encargo.

Tiempo después, Victoria cayó en la cuenta de que hacía muchos años que no escribía, no cantaba, no se deleitaba con sus bandas de rock preferidas, no se “volaba”. Fue entonces que intentó retomar contacto con aquel vuelo: tomó un papel, y una birome. Otrora, en menos de un segundo, mil ideas hubieran bullido, se hubieran peleado entre sí para ver cuál era plasmada en el papel primero.
Pero ahora, nada.
Intentó hacer referencia a los temas que solían acaparar todos sus días, en los cuales los demás le increpaban de su “adicción”, el humor, la política, la poesía.

Nada. Ni una letra. Victoria se había quedado sin ideas.

Fue entonces cuando decidió consultar nuevamente a Di Prac.

-¡Qué bien se la ve, Victoria! ¿Qué la trae por acá?
-Verá, Dr. Ya no tengo más episodios, mejor dicho, tuve uno, pero usé el dispositivo y funcionó a la perfección.
-¡Vio! Yo le dije que era infalible.
-Pero ahora, Dr. lo consulto por otro motivo. ¿Ud. recuerda que le pregunté cual sería el futuro de mis ideas?
-¡Por supuesto!- dijo Di Prac – Sus ideas permanecen en el mismo estado, nuestro dispositivo no altera la naturalidad del creador.
-Dr., yo ya sabía eso, pero me sucede que hace un mes que intento escribir, y no puedo plasmar vocablo alguno.
- Victoria, Ud. debe tener paciencia, ya sabe que en lo que concierne a procesos de la psique, trabajamos a ensayo y error, no es como un resfrío, que Ud. toma “Sinutab”, y en dos horas se descongestiona; esto es diferente.

Victoria siguió los consejos de su mentor. Lo cierto es que en su hogar todos eran felices, ella había recuperado con creces la imagen de buena madre que todos le imputaban, sus hijos ya se habían casado, su esposo estaba tranquilo.
Tranquilo, pero Victoria notaba que él seguía siendo infeliz.

Al tiempo de su segunda visita a Di Prac, Victoria tuvo un segundo episodio. Nuevamente y con tranquilidad, activó el dispositivo. Igual que la vez anterior, el episodio pasó como la velocidad de la luz.

Cuando Victoria intentó peinar su larga cabellera, al pararse frente al espejo de su dressoir, constató que su piel estaba verde.
Quiso creer que era cosa de ella, por lo que llamó a su esposo, quien apenas entró en el dormitorio le recriminó: -¡Qué te hiciste! ¿Estás loca? ¡Tu piel está toda verde! ¿O ahora querés casarte con Shrek? ¿Querés ser Fiona?

Al día siguiente, Victoria fue a consultar a Di Prac.

- Victoria, le juro que ninguno de mis pacientes presentó estos síntomas. Pero quédese tranquila, yo voy a hacer unos contactos con el exterior. Venga a verme la semana que viene.

Acto seguido, Di Prac sacó su recetario para la farmacia, y realizó unas anotaciones. Cuando le entregó aquellos papeles blancos, Victoria le dijo:

-Dr. Di Prac, ¿me está recetando la última base de Maybelline?
-Le estoy recetando un set completo, cremas, bases, polvos, y spry autobronceante. Pero no se preocupe, es para estos días. Vaya tranquila, que yo soy amigo del dueño de San Roque. En la receta que se lleva tiene indicadas diez unidades de cada producto.

A la semana siguiente, Victoria tocó timbre en el consultorio de Di Prac.
Varias veces tocó para cerciorase de que no había nadie.

Llegó a su casa, y discó su teléfono.- “Este servicio ha sido dado de baja”- respuso un contestador. Entonces llamó a su celular. -“El teléfono ha sido cambiado” – repuso la misma voz.

A la tarde, cuando llegó su esposo y la vio con esa magnitud de productos de belleza, dijo, indignado:

-¿Otra vez te estás revocando? ¿Por qué insistís en ponerte base verde? Me equivoqué, seguís estando loca. Nada más que antes, querías ser escritora; ahora, se te dio por pintarte de verde.

Anna Donner Rybak ©2011
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