I.
Rocío está en pantuflas. Son las 20, acaba de llegar de la oficina.
Había tenido un día agotador. Tuvo que elevar un sinfín de expedientes, las jerarquías empresariales tienen esa excentricidad de asignar tareas “imprescindibles” para el desarrollo del negocio, la última había ocurrido justo ese viernes dos minutos antes que Rocío se iba y ya tenía pasaje para Atlántida:
-Rocío, no sabe cuánto lo lamento, pero si no elevamos los expedientes, perdemos el Negocio- le anunciaba entonces su superior inmediato, el Dr. Gutiérrez y Rocío debía cancelar la reserva, quedarse hasta altas horas de la noche, y posponer sus planes.
Mas su contrato era “full life, full time”, así que “calavera non chilla”.
Pero hoy, había tenido suerte. Claro que hasta el último minuto antes de marcar su salida, no estuvo tranquila. Pero se hicieron las 19, el superior no la llamó, y Rocío se retiró.
Rocío está ahora sentada en un sillón muy cómodo, aún no puede creer cómo zafó esta vez. Seguramente, el Dr. Gutiérrez habría conseguido un programita para esta noche y por eso, se retiró temprano.
Poco le importa esto a Rocío, el tema es que pudo salir en hora, son las 20, y esta noche se va ir de “joda” con Patricia y Laura.
“Caramelos, caramelos” – se oyen unas voces infantiles en la calle.
Rocío vive en un segundo piso.
“Caramelos, caramelos” – se oyen nuevamente las voces infantiles en la calle.
Rocío tiene una veladora encendida, y se olvida del asunto, está pensando en si usar el vestido negro, o por el contrario el fucsia. Se los probará, y verá cuál le queda mejor.
Rocío se levanta entonces, para dirigirse al dormitorio. En ese momento, se acerca a la ventana, para ver si los chicos se retiraron. Es entonces que siguen ahí, plantificados en la vereda.
“Caramelos, caramelos, ¿no querés un caramelo?” – pregunta uno de ellos, todos portan máscaras.
Rocío está apurada. Patricia y Laura pasarán en un rato, y no se ha bañado, ni secado el cabello, ni elegido el vestido.
Entonces, abre un ala, y responde “Te lo regalo, estoy tarde”.
Rocío cierra la ventana y da media vuelta para comenzar con los preparativos de la salida. Es entonces que un golpe certero en su pierna, un vidrio roto en mil pedazos, una piedra dentro de su living le anuncian que los infanto-delincuentes le han arrojado una piedra.
Por suerte no le pasó nada, más que un leve rasguño. El vidrio había quedado hecho astillas, pero de eso se ocuparía al día siguiente. Entonces, baja la persiana de la ventana del living.
II.
Rocío abre las puertas de su ropero. Saca ambos vestidos, y se decide por el negro.
Se da una ducha breve. Desenreda su larga cabellera, se pone crema para evitar el friz, unas medias de red, stilettos negros con taco aguja y plataformas.
Rocío se acerca al espejo y se maquilla. Decide hacerse unos bordes negros alrededor de los ojos, complementa con sombra negra y plata, y se pinta las uñas con esmalte negro.
Completa con una cadena de gruesos eslabones de la cual pende una cruz.
Como único disfraz, lleva un antifaz rojo.
Rocío está lista, cuando suena el portero eléctrico. -¡Suban chicas, ahora les cuento!
-¿Qué pasó?- Pregunta Patricia apenas Rocío abre la puerta.
-¡No me hagas acordar! Unos pendejos malparidos, como no les di caramelos me tiraron una piedra. Y menos mal que apenas me rozó la pierna. Porque me podían haber golpeado la cabeza.
-¿Y no hiciste la denuncia?
-¡No! Si no sirve para nada, a los dos días están afuera. Lo que más me da bronca, es que me hicieron trizas el vidrio. Pero hoy ni pienso preocuparme. Dejo la persiana baja, y chau.
-Está bien, relájate- dijo Laura. – Divirtámonos hoy, como habíamos planeado y mañana te encargás de llamar al vidriero.
-Eso mismo había pensado. – dijo Rocío.
- A ver… una vueltita… - dijo Patricia - ¡Estás re sexy, Ró!
-¿Les gusta?
-Sí, sencillo pero elegante- dijeron Patricia y Laura a dúo.
-¿Nos vamos?
III.
El boliche está a full. No cabe ni un solo alfiler. Rocío, Laura y Patricia se abren paso entre una masa opresiva de seres que intentan hacer algo parecido a desplazarse.
Con dificultad llegan a la barra y piden sus tragos. Con ellos en mano, se dirigen a la pista, y comienzan a entonarse, y así, se van relajando, al ritmo de la estridente marcha.
Al cabo de una hora, Rocío se percata de que Laura y Patricia hace rato que no están a su lado. – Algo habrán levantando – piensa, y se queda tranquila.
Rocío no es muy amiga de este tipo de salidas. Ella cree que no es un baile lugar para conocer a un hombre que valga la pena. ¡Tantas veces ha visto sufrir a Laura y Patricia por enamorarse en primeras citas en las cuales lo único que sucedía era una noche de sexo!
Rocío trató de hacerlas entender, varias veces, que no estaba bueno el boliche para buscar “asuntos serios”.
-¿Bailás? – Una voz grave, seductora, saca a Rocío de sus cavilaciones.
Se da vuelta, y hay un hombre rubio con un antifaz azul. Es alto, y Rocío, sin pensarlo demasiado, asiente. Al menos ese “¿Bailás?” le hace recordar que todavía quedan caballeros, como los de antes, que te preguntaban. Eso la entusiasmó.
El caballero misterioso y ella estuvieron un buen rato sacudiéndose al ritmo de la marcha, sin dirigirse palabra alguna, cuando él repentinamente preguntó:
-¿Cómo te llamás?
-Rocío.
- Yo soy Máximo. Vamos al patio, que no escucho nada.
Así, Máximo naturalmente tomó a Rocío de la mano, y la llevó a un patio. Bueno, si a “eso” podía llamársele patio. Era un espacio abierto de dos por dos, donde todos se apretujaban para fumar.
-¿No preferís salir del boliche e ir a charlar a otra parte? – preguntó Máximo.
Rocío, asintió. – Esperá que voy a avisarle a mis amigas.
Rocío atravesó el boliche de punta a punta, haciéndose huecos para desplazarse entre las muchedumbres congestionadas, y nada.
Había pasado casi media hora, y Máximo le dijo.
-¿Vamos? Mañana les avisás.
-Está bien.
IV.
-Seguime- dijo Máximo.
Se detienen frente a un Audi negro con vidrios polarizados.
-¡No tenés auto!- bromea Rocío.
Máximo se pone serio.
-Perdoná, es una broma.
Máximo enciende el motor, y se desplazan por la rambla de Montevideo hacia el oeste. Aún tiene puestos sus antifaces.
Máximo da vuelta toda la costanera, cruza el arroyo Pantanoso, toma la calle Viacaba y comienza la ascensión al Cerro de Montevideo.
Estaciona en el mirador, delante de la fortaleza.
Apaga el motor.
Rocío está en silencio. Cierto malestar, desde que él se puso serio comenzó a invadirla. Cierto temor.
-Mostrame tus ojos.
Rocío se quita el antifaz.
-¡Son aguamarina!
-¿Te gustan?
-Mucho.
-¿Puedo ver los tuyos?
Máximo se quita el antifaz.
-¡Son celestes!- se asombra Rocío.
Rocío y Máximo se miran a los ojos.
Rocío no puede evitarlo. Máximo le encanta. ¡Con todo lo que había advertido a Laura y a Patricia que no era bueno entusiasmarse con alguien que se conocía en un boliche!
Ahora, ella es la víctima.
V.
Máximo estaciona frente a la puerta del departamento de Rocío.
-¿Querés subir? –Se horroriza oyendo sus propias palabras. Pero antes de poder pensar nada Máximo, ante su sorpresa, responde:
-La verdad es que estoy cansando. Dame tu teléfono.
Rocío le dicta el número, y Máximo lo agenda en su celular.
-Mañana te llamo.
Máximo arranca, y el chirrido de las ruedas es insoportable. Partió a toda velocidad.
Rocío sube.
“¡Qué macana me mandé! ¡Caí en mi propia trampa! ¡Qué pensará de mí! ¿Cómo pude mostrarme tan fácil? “
Rocío está de mal humor.
Toma un antidepresivo y se acuesta.
Apaga la luz.
Rocío da un montón de vueltas en la cama. No hay caso. No puede dejar de darse palo por la macana que se mandó con Máximo.
Cuando el sueño está por llegar, unos ruidos extraños la sobresaltan.
Rocío se incorpora.
El ruido viene del living.
Rocío se levanta.
Exactamente, el ruido viene del otro lado de la persiana.
Rocío espera.
Rocío espera pero los golpes no ceden.
Finalmente Rocío, sin poder contener más su curiosidad, levanta la persiana.
Rocío pega un grito de horror. Un asqueroso murciélago comienza a revolotear por el espacio. ¡Qué bicho horrendo!
Rocío queda petrificada, y el murciélago revolotea y se golpea con las paredes.
Al fin, el murciélago se esconde en el hueco de la persiana.
Rocío, con una velocidad superior a la del sonido, la deja caer.
Por suerte, el murciélago está atrapado.
VI.
Rocío abre los ojos. Del living provienen los golpes del murciélago. ¡Ni piensa abrir esa persiana! ¡No hasta que no venga alguien y primero lo espante!
Antes, el papelón con Máximo. Ahora un murciélago encerrado.
Rocío tiene sobradas razones para estar de mal humor.
Rocío llama a Patricia. No atiende.
Rocío llama a Laura. Tampoco atiende.
“Al menos, tuvieron más suerte que yo” se resigna.
Rocío se mete en la cama. Es una tarde de sol, pero no tiene ganas de nada.
Está sumida en sus pensamientos, cuando el teléfono suena.
“Debe de ser alguna de las chicas”- piensa.
-¿Sí?- atiende Rocío.
-¿Cómo dormiste? – responde una voz grave al otro lado del teléfono.
-¡Máximo!
-¿Qué, esperabas la llamada de otro?
-¡No, no te pongas así!
-Yo siempre cumplo con mi palabra. ¿Qué te dije ayer?
Rocío queda en silencio.
-¡Qué te dije ayer! – reitera Máximo.
-Que me ibas a llamar.
-Bueno, te estoy llamando, Rocío.
-¿Vos cómo dormiste?- pregunta Rocío.
-Muy bien. Oíme “chiquita”, tengo entradas para un recital. ¿Te paso a buscar a las 20?
-Ok. ¿A quién vamos a ver?
-Vilma Palma e Vampiros.
Rocío está en pantuflas. Son las 20, acaba de llegar de la oficina.
Había tenido un día agotador. Tuvo que elevar un sinfín de expedientes, las jerarquías empresariales tienen esa excentricidad de asignar tareas “imprescindibles” para el desarrollo del negocio, la última había ocurrido justo ese viernes dos minutos antes que Rocío se iba y ya tenía pasaje para Atlántida:
-Rocío, no sabe cuánto lo lamento, pero si no elevamos los expedientes, perdemos el Negocio- le anunciaba entonces su superior inmediato, el Dr. Gutiérrez y Rocío debía cancelar la reserva, quedarse hasta altas horas de la noche, y posponer sus planes.
Mas su contrato era “full life, full time”, así que “calavera non chilla”.
Pero hoy, había tenido suerte. Claro que hasta el último minuto antes de marcar su salida, no estuvo tranquila. Pero se hicieron las 19, el superior no la llamó, y Rocío se retiró.
Rocío está ahora sentada en un sillón muy cómodo, aún no puede creer cómo zafó esta vez. Seguramente, el Dr. Gutiérrez habría conseguido un programita para esta noche y por eso, se retiró temprano.
Poco le importa esto a Rocío, el tema es que pudo salir en hora, son las 20, y esta noche se va ir de “joda” con Patricia y Laura.
“Caramelos, caramelos” – se oyen unas voces infantiles en la calle.
Rocío vive en un segundo piso.
“Caramelos, caramelos” – se oyen nuevamente las voces infantiles en la calle.
Rocío tiene una veladora encendida, y se olvida del asunto, está pensando en si usar el vestido negro, o por el contrario el fucsia. Se los probará, y verá cuál le queda mejor.
Rocío se levanta entonces, para dirigirse al dormitorio. En ese momento, se acerca a la ventana, para ver si los chicos se retiraron. Es entonces que siguen ahí, plantificados en la vereda.
“Caramelos, caramelos, ¿no querés un caramelo?” – pregunta uno de ellos, todos portan máscaras.
Rocío está apurada. Patricia y Laura pasarán en un rato, y no se ha bañado, ni secado el cabello, ni elegido el vestido.
Entonces, abre un ala, y responde “Te lo regalo, estoy tarde”.
Rocío cierra la ventana y da media vuelta para comenzar con los preparativos de la salida. Es entonces que un golpe certero en su pierna, un vidrio roto en mil pedazos, una piedra dentro de su living le anuncian que los infanto-delincuentes le han arrojado una piedra.
Por suerte no le pasó nada, más que un leve rasguño. El vidrio había quedado hecho astillas, pero de eso se ocuparía al día siguiente. Entonces, baja la persiana de la ventana del living.
II.
Rocío abre las puertas de su ropero. Saca ambos vestidos, y se decide por el negro.
Se da una ducha breve. Desenreda su larga cabellera, se pone crema para evitar el friz, unas medias de red, stilettos negros con taco aguja y plataformas.
Rocío se acerca al espejo y se maquilla. Decide hacerse unos bordes negros alrededor de los ojos, complementa con sombra negra y plata, y se pinta las uñas con esmalte negro.
Completa con una cadena de gruesos eslabones de la cual pende una cruz.
Como único disfraz, lleva un antifaz rojo.
Rocío está lista, cuando suena el portero eléctrico. -¡Suban chicas, ahora les cuento!
-¿Qué pasó?- Pregunta Patricia apenas Rocío abre la puerta.
-¡No me hagas acordar! Unos pendejos malparidos, como no les di caramelos me tiraron una piedra. Y menos mal que apenas me rozó la pierna. Porque me podían haber golpeado la cabeza.
-¿Y no hiciste la denuncia?
-¡No! Si no sirve para nada, a los dos días están afuera. Lo que más me da bronca, es que me hicieron trizas el vidrio. Pero hoy ni pienso preocuparme. Dejo la persiana baja, y chau.
-Está bien, relájate- dijo Laura. – Divirtámonos hoy, como habíamos planeado y mañana te encargás de llamar al vidriero.
-Eso mismo había pensado. – dijo Rocío.
- A ver… una vueltita… - dijo Patricia - ¡Estás re sexy, Ró!
-¿Les gusta?
-Sí, sencillo pero elegante- dijeron Patricia y Laura a dúo.
-¿Nos vamos?
III.
El boliche está a full. No cabe ni un solo alfiler. Rocío, Laura y Patricia se abren paso entre una masa opresiva de seres que intentan hacer algo parecido a desplazarse.
Con dificultad llegan a la barra y piden sus tragos. Con ellos en mano, se dirigen a la pista, y comienzan a entonarse, y así, se van relajando, al ritmo de la estridente marcha.
Al cabo de una hora, Rocío se percata de que Laura y Patricia hace rato que no están a su lado. – Algo habrán levantando – piensa, y se queda tranquila.
Rocío no es muy amiga de este tipo de salidas. Ella cree que no es un baile lugar para conocer a un hombre que valga la pena. ¡Tantas veces ha visto sufrir a Laura y Patricia por enamorarse en primeras citas en las cuales lo único que sucedía era una noche de sexo!
Rocío trató de hacerlas entender, varias veces, que no estaba bueno el boliche para buscar “asuntos serios”.
-¿Bailás? – Una voz grave, seductora, saca a Rocío de sus cavilaciones.
Se da vuelta, y hay un hombre rubio con un antifaz azul. Es alto, y Rocío, sin pensarlo demasiado, asiente. Al menos ese “¿Bailás?” le hace recordar que todavía quedan caballeros, como los de antes, que te preguntaban. Eso la entusiasmó.
El caballero misterioso y ella estuvieron un buen rato sacudiéndose al ritmo de la marcha, sin dirigirse palabra alguna, cuando él repentinamente preguntó:
-¿Cómo te llamás?
-Rocío.
- Yo soy Máximo. Vamos al patio, que no escucho nada.
Así, Máximo naturalmente tomó a Rocío de la mano, y la llevó a un patio. Bueno, si a “eso” podía llamársele patio. Era un espacio abierto de dos por dos, donde todos se apretujaban para fumar.
-¿No preferís salir del boliche e ir a charlar a otra parte? – preguntó Máximo.
Rocío, asintió. – Esperá que voy a avisarle a mis amigas.
Rocío atravesó el boliche de punta a punta, haciéndose huecos para desplazarse entre las muchedumbres congestionadas, y nada.
Había pasado casi media hora, y Máximo le dijo.
-¿Vamos? Mañana les avisás.
-Está bien.
IV.
-Seguime- dijo Máximo.
Se detienen frente a un Audi negro con vidrios polarizados.
-¡No tenés auto!- bromea Rocío.
Máximo se pone serio.
-Perdoná, es una broma.
Máximo enciende el motor, y se desplazan por la rambla de Montevideo hacia el oeste. Aún tiene puestos sus antifaces.
Máximo da vuelta toda la costanera, cruza el arroyo Pantanoso, toma la calle Viacaba y comienza la ascensión al Cerro de Montevideo.
Estaciona en el mirador, delante de la fortaleza.
Apaga el motor.
Rocío está en silencio. Cierto malestar, desde que él se puso serio comenzó a invadirla. Cierto temor.
-Mostrame tus ojos.
Rocío se quita el antifaz.
-¡Son aguamarina!
-¿Te gustan?
-Mucho.
-¿Puedo ver los tuyos?
Máximo se quita el antifaz.
-¡Son celestes!- se asombra Rocío.
Rocío y Máximo se miran a los ojos.
Rocío no puede evitarlo. Máximo le encanta. ¡Con todo lo que había advertido a Laura y a Patricia que no era bueno entusiasmarse con alguien que se conocía en un boliche!
Ahora, ella es la víctima.
V.
Máximo estaciona frente a la puerta del departamento de Rocío.
-¿Querés subir? –Se horroriza oyendo sus propias palabras. Pero antes de poder pensar nada Máximo, ante su sorpresa, responde:
-La verdad es que estoy cansando. Dame tu teléfono.
Rocío le dicta el número, y Máximo lo agenda en su celular.
-Mañana te llamo.
Máximo arranca, y el chirrido de las ruedas es insoportable. Partió a toda velocidad.
Rocío sube.
“¡Qué macana me mandé! ¡Caí en mi propia trampa! ¡Qué pensará de mí! ¿Cómo pude mostrarme tan fácil? “
Rocío está de mal humor.
Toma un antidepresivo y se acuesta.
Apaga la luz.
Rocío da un montón de vueltas en la cama. No hay caso. No puede dejar de darse palo por la macana que se mandó con Máximo.
Cuando el sueño está por llegar, unos ruidos extraños la sobresaltan.
Rocío se incorpora.
El ruido viene del living.
Rocío se levanta.
Exactamente, el ruido viene del otro lado de la persiana.
Rocío espera.
Rocío espera pero los golpes no ceden.
Finalmente Rocío, sin poder contener más su curiosidad, levanta la persiana.
Rocío pega un grito de horror. Un asqueroso murciélago comienza a revolotear por el espacio. ¡Qué bicho horrendo!
Rocío queda petrificada, y el murciélago revolotea y se golpea con las paredes.
Al fin, el murciélago se esconde en el hueco de la persiana.
Rocío, con una velocidad superior a la del sonido, la deja caer.
Por suerte, el murciélago está atrapado.
VI.
Rocío abre los ojos. Del living provienen los golpes del murciélago. ¡Ni piensa abrir esa persiana! ¡No hasta que no venga alguien y primero lo espante!
Antes, el papelón con Máximo. Ahora un murciélago encerrado.
Rocío tiene sobradas razones para estar de mal humor.
Rocío llama a Patricia. No atiende.
Rocío llama a Laura. Tampoco atiende.
“Al menos, tuvieron más suerte que yo” se resigna.
Rocío se mete en la cama. Es una tarde de sol, pero no tiene ganas de nada.
Está sumida en sus pensamientos, cuando el teléfono suena.
“Debe de ser alguna de las chicas”- piensa.
-¿Sí?- atiende Rocío.
-¿Cómo dormiste? – responde una voz grave al otro lado del teléfono.
-¡Máximo!
-¿Qué, esperabas la llamada de otro?
-¡No, no te pongas así!
-Yo siempre cumplo con mi palabra. ¿Qué te dije ayer?
Rocío queda en silencio.
-¡Qué te dije ayer! – reitera Máximo.
-Que me ibas a llamar.
-Bueno, te estoy llamando, Rocío.
-¿Vos cómo dormiste?- pregunta Rocío.
-Muy bien. Oíme “chiquita”, tengo entradas para un recital. ¿Te paso a buscar a las 20?
-Ok. ¿A quién vamos a ver?
-Vilma Palma e Vampiros.
VII.
“Está la luna asomándose el cura habla por la t.v. me dijiste pasame a buscar y sólo pienso en no verte más Y yo te pido por favor (no me busqués) vos sólo tenés (reproches) Y tengo un ticket para trasnochar me dijeron que no hay nada igual allí todo lo podés Pasame más tinto se vino la pachanga dale pelado no pares nunca más los chicos se quejan si la noche no es larga las chicas se dejan si el tinto se acabó Los vampiros salen a volar y vilma palma mira la t.v. y vos creíste que me iba a matar o es el verano que ya te insoló. Y yo te pido por favor (no me busqués) vos sólo tenés (reproches) La música me sienta bien la arena caliente me quema los pies aquí todo está muy bien. Pasame más tinto se vino la pachanga dale pelado no pares nunca más los chicos se quejan si la noche no es larga las chicas se dejan si el tinto se acabó. Pero que hacés vas o te volvés estás siempre en el medio no sabés lo que querés. No tenés tiempo para ver te digo que estoy loce pero vos no me creés yo no se si te vas a ir yo sólo te pido, yo solo te digo salí.”
-¡Hace tanto no oía este tema! ¡Me encanta!
-Es un clásico.
El recital concluyó.
Aplausos, aplausos, y más aplausos.
La gente comenzaba a retirarse.
Máximo y Rocío se levantaron.
Sin decirse nada, subieron al Audi negro. Máximo arrancó a ciento cincuenta.
Rocío estaba dura de espanto.
-¿Le tenés miedo a la velocidad? – Preguntó Máximo.
-No me gusta demasiado.- contestó Rocío.
Siguió el viaje en silencio, y Máximo frenó en seco en la puerta de lo de Rocío.
Rocío bajó.
-¿No me invitás a subir?
Rocío quedó sorprendida.
-¡Claro! Yo pensé que no querías, porque ayer te fuiste.
-Ayer era ayer, y hoy es hoy. – dijo Máximo, serio.
VIII.
-Pasá – dijo Rocío.
Máximo y Rocío entraron al departamento.
Máximo tomó asiento en el sillón del living. Entonces, los golpes del murciélago comenzaron a sonar.
-¿Qué es ese ruido?
-No sabés. Antes de ayer se me rompió el vidrio de la ventana, y tuve que bajar la persiana. Y ¡hay un murciélago asqueroso ahí!
-¡Tanto lío por un murciélago! Me molestan las mujeres que no gustan de los animales- dijo Máximo enojado.
-¡Perdoname, no lo puedo evitar!
-¿No sabés que los murciélagos no hacen nada?- dijo Máximo. – Quedate tranquila, lo voy a dejar salir. Encerrate en el dormitorio, que cuando esté listo, te aviso.
-OK.
Tras un lapso de media hora, Máximo golpeó.
-¡Abríme Rocío que ya se fue!
-Gracias- dijo Rocío.
-Los murciélagos no hacen daño, no sé porqué armás tanto escándalo.
-En realidad, no sé si les tengo miedo o asco.
-¿Asco?
-Sí, son ratones con alas.
-Prefiero terminar esta conversación por acá, porque voy a terminar enojándome.
-¡No es para tanto!
-Vos no entendés.
-¿Qué es lo que no entiendo?
-No quiero hablar.- dijo Máximo enojado.
-Pero ¡Máximo!, no podés ponerte así por tan poca cosa!
-¿Qué dijiste?- dijo ahora, en un tono más elevado.
Rocío comenzó a sentir cierta tensión en el ambiente.
-¡Qué dijiste!- repitió él la pregunta, en un tono ahora imperativo.
-Nada- balbuceó Rocío.
-¿Nada? ¡Repetí lo que dijiste!
-Que no es para tanto.
Máximo le dio a Rocío una bofetada.
-¡Pará! ¡Qué hacés! ¡Andate ya mismo de mi casa, enfermo!
-¿Enfermo? – Acto seguido Máximo empujó a Rocío y le dio dos fuertes golpes. Ella gritaba desesperada, y Máximo aumentaba la furia.
Máximo tiró ahora a Rocío en la cama, y le rasgó la blusa blanca. Le ató las manos al cabezal del lecho, luego, le volvió a pegar.
Tanto le pegó que Rocío estaba sangrando.
Entonces, le sacó la ropa y la penetró salvajemente, mientras le seguía pegando.
Máximo eyaculó.
Rocío no hablaba, estaba paralizada, sangraba y a su vez, estaba bañada en semen.
-¿Dónde tenés el baño?
-Al fondo del corredor.
Rocío escuchó los pasos de Máximo alejarse. A continuación, el sonido del grifo le anunciaba que la bestia se estaba duchando.
A los pocos minutos apareció vestido.
-Vestite inmediatamente- le dijo a Rocío.
Ella no podía moverse.
-¡Vestite carajo que no tengo todo el día!- le dio otra bofetada.
Rocío, se puso la ropa sobre aquel cuerpo mutilado, sangrante y vejado, con olor a perdición.
-¡Qué me vas a hacer!
-¡Menos pregunta y Dios perdona! Te doy la opción de que te desplaces sola, sino, no tengo inconveniente en agarrarte de los pelos.
-Yo camino.
Máximo abrió el baul del Audi negro. Rocío lo miró sorprendida.
-¿Qué esperás? ¡Entrá!
-Es un clásico.
El recital concluyó.
Aplausos, aplausos, y más aplausos.
La gente comenzaba a retirarse.
Máximo y Rocío se levantaron.
Sin decirse nada, subieron al Audi negro. Máximo arrancó a ciento cincuenta.
Rocío estaba dura de espanto.
-¿Le tenés miedo a la velocidad? – Preguntó Máximo.
-No me gusta demasiado.- contestó Rocío.
Siguió el viaje en silencio, y Máximo frenó en seco en la puerta de lo de Rocío.
Rocío bajó.
-¿No me invitás a subir?
Rocío quedó sorprendida.
-¡Claro! Yo pensé que no querías, porque ayer te fuiste.
-Ayer era ayer, y hoy es hoy. – dijo Máximo, serio.
VIII.
-Pasá – dijo Rocío.
Máximo y Rocío entraron al departamento.
Máximo tomó asiento en el sillón del living. Entonces, los golpes del murciélago comenzaron a sonar.
-¿Qué es ese ruido?
-No sabés. Antes de ayer se me rompió el vidrio de la ventana, y tuve que bajar la persiana. Y ¡hay un murciélago asqueroso ahí!
-¡Tanto lío por un murciélago! Me molestan las mujeres que no gustan de los animales- dijo Máximo enojado.
-¡Perdoname, no lo puedo evitar!
-¿No sabés que los murciélagos no hacen nada?- dijo Máximo. – Quedate tranquila, lo voy a dejar salir. Encerrate en el dormitorio, que cuando esté listo, te aviso.
-OK.
Tras un lapso de media hora, Máximo golpeó.
-¡Abríme Rocío que ya se fue!
-Gracias- dijo Rocío.
-Los murciélagos no hacen daño, no sé porqué armás tanto escándalo.
-En realidad, no sé si les tengo miedo o asco.
-¿Asco?
-Sí, son ratones con alas.
-Prefiero terminar esta conversación por acá, porque voy a terminar enojándome.
-¡No es para tanto!
-Vos no entendés.
-¿Qué es lo que no entiendo?
-No quiero hablar.- dijo Máximo enojado.
-Pero ¡Máximo!, no podés ponerte así por tan poca cosa!
-¿Qué dijiste?- dijo ahora, en un tono más elevado.
Rocío comenzó a sentir cierta tensión en el ambiente.
-¡Qué dijiste!- repitió él la pregunta, en un tono ahora imperativo.
-Nada- balbuceó Rocío.
-¿Nada? ¡Repetí lo que dijiste!
-Que no es para tanto.
Máximo le dio a Rocío una bofetada.
-¡Pará! ¡Qué hacés! ¡Andate ya mismo de mi casa, enfermo!
-¿Enfermo? – Acto seguido Máximo empujó a Rocío y le dio dos fuertes golpes. Ella gritaba desesperada, y Máximo aumentaba la furia.
Máximo tiró ahora a Rocío en la cama, y le rasgó la blusa blanca. Le ató las manos al cabezal del lecho, luego, le volvió a pegar.
Tanto le pegó que Rocío estaba sangrando.
Entonces, le sacó la ropa y la penetró salvajemente, mientras le seguía pegando.
Máximo eyaculó.
Rocío no hablaba, estaba paralizada, sangraba y a su vez, estaba bañada en semen.
-¿Dónde tenés el baño?
-Al fondo del corredor.
Rocío escuchó los pasos de Máximo alejarse. A continuación, el sonido del grifo le anunciaba que la bestia se estaba duchando.
A los pocos minutos apareció vestido.
-Vestite inmediatamente- le dijo a Rocío.
Ella no podía moverse.
-¡Vestite carajo que no tengo todo el día!- le dio otra bofetada.
Rocío, se puso la ropa sobre aquel cuerpo mutilado, sangrante y vejado, con olor a perdición.
-¡Qué me vas a hacer!
-¡Menos pregunta y Dios perdona! Te doy la opción de que te desplaces sola, sino, no tengo inconveniente en agarrarte de los pelos.
-Yo camino.
Máximo abrió el baul del Audi negro. Rocío lo miró sorprendida.
-¿Qué esperás? ¡Entrá!
IX.
“Una plaga de auténticos vampiros que pueden transmitir la rabia asola desde hace dos días a nuestro país. Mientras en Montevideo, los niños acudían a pedir caramelos de puerta en puerta llegaban las primeras noticias acerca de esta extraña plaga. Los vampiros vinieron a borbotones desde Brasil. Hoy, los Ministerios de Ganadería y Salud Pública lanzaron una campaña para ampliar las medidas destinadas a contener el brote de rabia surgido en el departamento de Rivera, fronterizo, por mordeduras de los vampiros. Las oleadas de esta especie de murciélago que ha invadido los campos de Rivera ha causado ya la muerte de unas 140 reses y se decretó la vacunación de las personas (medio centenar) que estuvieron en contacto con los animales muertos. La población recibió esta noticia con una mezcla de desconfianza e ironía, con la prensa subrayando la coincidencia de la plaga con la festividad de Halloween y con los vampiros convertidos, de pronto, en la mascota nacional. En el sur también hay vampiros autóctonos, pero no son transmisores de rabia como sus primos brasileños. No obstante, los lugareños vecinos de las Grutas de Salamanca, (Maldonado), recuerdan que no es raro ver reses con mordeduras de vampiros cerca de sus entradas, desde donde se oyen los infernales chillidos de estos murciélagos hematófagos. Se dice de ellos que "tejen" las crines de los caballos, pues su hábito es morderlos en el cuello enredándoles la pelambre. Entre la gente del campo también corren las habladurías de que la mordedura de los vampiros causa en las personas un ataque de sensualidad y efervescencia sexual que poco tiene que envidiar a los efectos de la píldora Viagra. Los científicos subrayan que no es cierta tal consecuencia de la mordedura de un vampiro "sano", aunque reconocen que sí se han detectado casos de hiper sexualidad en personas que fueron mordidas por ejemplares portadores de la rabia. Los vampiros uruguayos suelen morder a sus víctimas, sobre todo vacas y caballos, con sus afilados dientes durante la noche; de la herida producida aprovechan para lamer la sangre que mana, hasta ingerir hasta 15 centímetros cúbicos en una noche. El riesgo, según apuntan los expertos, es que la erradicación de las colonias de vampiros no infectados en el norte del país pueda facilitar la llegada de sus vecinos brasileños portadores de la rabia. Así, los habitantes de Rivera sustituyeron en la noche de brujas las calabazas y las velas de Halloween por ristras de ajos en la repisa de sus ventanas”.
X.
El Audi negro se detuvo en seco. Rocío calcula que deben estar bien lejos de Montevideo, puesto que habían pasado al menos dos horas desde que Máximo la encerró en el baúl. Está temblando. Ya no duda de que Máximo es un psicópata, y que correrá la misma suerte que Natalia Martínez.
Rocío escucha abrir la puerta. Se prepara, se avecina el momento. En dos minutos hace una revisión de su vida, un balance. Es una pena. Tiene tantas ganas de vivir, apenas está comenzando. Pero su vida acabará dentro un rato, y Rocío sabe que no podrá hacer nada para impedirlo.
Sin embargo, Máximo se hace esperar.
Transcurren dos horas más, y Rocío no escucha ruido alguno. Es entonces que decide hacer algo.
Forcejea con las cuerdas que la mantienen inmovilizada, y es entonces, que en ese forcejeo, tantea un objeto punzante y afilado con sus pies. ¡Se trata de una navaja! Rocío entonces, se va moviendo pacientemente, hasta que logra juntar la navaja con las cuerdas de las manos.
Con las manos libres, toca también un hacha.
Sí que está en manos de un asesino. Tiene todos los implementos para llevar a cabo las ejecuciones.
Rocío no tiene nada para perder, y con el hacha golpea, y golpea, hasta que destroza la tapa del baúl del Audi negro.
Rocío sale. Es noche cerrada. A lo lejos, divisa un castillo.
A Rocío le suena familiar. ¡Claro! Se trata del castillo de la carretera que va desde la ruta 9 hasta el Balneario “Las Flores”.
¡Está cerca de Piriápolis! Ya es obvio, ahora comprende. A Natalia Martinez quizá la ejecutaron del mismo modo.
Y a Rocío, que siempre la había intrigado qué había en el interior del Castillo.
Rocío decide huir corriendo. Acto seguido se detiene. ¡Ahora comprende! Laura y Patricia podrían estar en peligro. Entonces, decide ir hasta el Castillo.
Rocío ahora se arrastra, le duele todo el cuerpo, la sangre y el semen se le secaron.
Rocío comprueba que la puerta del castillo cede. Entonces, entra.
XI.
Un Máximo, vestido de etiqueta, la mira. “¡Qué tonta ha sido!” piensa Rocío. Solita se metió en la boca del lobo. “Ahora ya está”, se resignó.
Ya está concientizada para morir.
Máximo la sigue mirando.
Rocío espera. Seguramente, irá hasta el baúl del Audi para traer la navaja, quizá muera decapitada.
Máximo se acerca a Rocío. Le señala la escalera.
Suben. Máximo la conduce a una habitación.
Dentro hay un lecho tendido, con sábanas bordadas de seda.
Rocío ya está preparada para una segunda violación.
Máximo se acerca lentamente. Le toma la mano. Esta vez, lo hace con más suavidad.
La recuesta sobre la cama. Y se retira.
Rocío ya está segura. Fue por las herramientas para ejecutarla.
Quince minutos pasan y Máximo está de vuelta.
En la mano trae un frasco de alcohol, gasas y vendas. Con mucho cuidado, va desinfectando sus heridas.
Le prepara un baño de espumas. Rocío está resignada y no se resiste. Quizá este psicópata es tan morboso, que la quiere asear antes de ejecutarla.
Máximo le pasa una esponja por el cuerpo, esta vez lo hace suavemente.
Le lava el cabello, se lo enjuaga.
Luego, trae una toalla de color rojo. Le tiende la mano y Rocío sale del agua. Máximo la envuelve en la toalla, y la lleva en sus brazos al lecho.
La deposita sobre el mullido colchón y las sábanas de seda. Comienza entonces, a secarla, suavemente.
Una vez concluida la tarea, Máximo comienza a desvestirse.
“Claro, cómo se va perder otro polvo antes de matarme” – piensa Rocío.
Máximo se mete entre las sábanas. Rocío está quieta. Aguarda resignada su destino.
Máximo le acaricia el rostro. Lo hace suavemente. Rocío lo mira. Máximo es hermoso. Sin pensarlo, ella le devuelve las caricias.
Acto seguido, Máximo la besa. Rocío corresponde, y le surge un deseo irrefrenable.
Los cuerpos se gozan, se disfrutan, se palpan.
Máximo y Rocío hacen el amor.
XII.
Se acerca la hora del alba. Máximo le da la mano a Rocío. La invita a pararse. Ahora, sí, le da un vestido de época. Tiene hasta miriñaque.
Rocío se viste, y máximo vuelve a colocarse su traje de etiqueta. Le da la mano, y la conduce a la planta baja.
Recorren un sinfín de pasadizos hasta que llegan a una puerta, de la cual Máximo tiene la llave.
El abre.
En el medio de la habitación, sobre un pedestal hay dos ataúdes.
Rocío se mira el cuello. Tiene una mordida.
-Yo sabía que eras de las nuestras. La ropa negra, las uñas negras, el crucifijo. Bienvenida a la Comunidad Gótica.
Entonces, Rocío y Máximo entran en los ataúdes.
-Que descanses, mi amor- dice él.
-Vos también- dice ella.
¿Nos vemos esta noche? – Pregunta él.
No podría desear otra cosa – Responde ella.
Anna Donner Rybak © 2010
Rocío escucha abrir la puerta. Se prepara, se avecina el momento. En dos minutos hace una revisión de su vida, un balance. Es una pena. Tiene tantas ganas de vivir, apenas está comenzando. Pero su vida acabará dentro un rato, y Rocío sabe que no podrá hacer nada para impedirlo.
Sin embargo, Máximo se hace esperar.
Transcurren dos horas más, y Rocío no escucha ruido alguno. Es entonces que decide hacer algo.
Forcejea con las cuerdas que la mantienen inmovilizada, y es entonces, que en ese forcejeo, tantea un objeto punzante y afilado con sus pies. ¡Se trata de una navaja! Rocío entonces, se va moviendo pacientemente, hasta que logra juntar la navaja con las cuerdas de las manos.
Con las manos libres, toca también un hacha.
Sí que está en manos de un asesino. Tiene todos los implementos para llevar a cabo las ejecuciones.
Rocío no tiene nada para perder, y con el hacha golpea, y golpea, hasta que destroza la tapa del baúl del Audi negro.
Rocío sale. Es noche cerrada. A lo lejos, divisa un castillo.
A Rocío le suena familiar. ¡Claro! Se trata del castillo de la carretera que va desde la ruta 9 hasta el Balneario “Las Flores”.
¡Está cerca de Piriápolis! Ya es obvio, ahora comprende. A Natalia Martinez quizá la ejecutaron del mismo modo.
Y a Rocío, que siempre la había intrigado qué había en el interior del Castillo.
Rocío decide huir corriendo. Acto seguido se detiene. ¡Ahora comprende! Laura y Patricia podrían estar en peligro. Entonces, decide ir hasta el Castillo.
Rocío ahora se arrastra, le duele todo el cuerpo, la sangre y el semen se le secaron.
Rocío comprueba que la puerta del castillo cede. Entonces, entra.
XI.
Un Máximo, vestido de etiqueta, la mira. “¡Qué tonta ha sido!” piensa Rocío. Solita se metió en la boca del lobo. “Ahora ya está”, se resignó.
Ya está concientizada para morir.
Máximo la sigue mirando.
Rocío espera. Seguramente, irá hasta el baúl del Audi para traer la navaja, quizá muera decapitada.
Máximo se acerca a Rocío. Le señala la escalera.
Suben. Máximo la conduce a una habitación.
Dentro hay un lecho tendido, con sábanas bordadas de seda.
Rocío ya está preparada para una segunda violación.
Máximo se acerca lentamente. Le toma la mano. Esta vez, lo hace con más suavidad.
La recuesta sobre la cama. Y se retira.
Rocío ya está segura. Fue por las herramientas para ejecutarla.
Quince minutos pasan y Máximo está de vuelta.
En la mano trae un frasco de alcohol, gasas y vendas. Con mucho cuidado, va desinfectando sus heridas.
Le prepara un baño de espumas. Rocío está resignada y no se resiste. Quizá este psicópata es tan morboso, que la quiere asear antes de ejecutarla.
Máximo le pasa una esponja por el cuerpo, esta vez lo hace suavemente.
Le lava el cabello, se lo enjuaga.
Luego, trae una toalla de color rojo. Le tiende la mano y Rocío sale del agua. Máximo la envuelve en la toalla, y la lleva en sus brazos al lecho.
La deposita sobre el mullido colchón y las sábanas de seda. Comienza entonces, a secarla, suavemente.
Una vez concluida la tarea, Máximo comienza a desvestirse.
“Claro, cómo se va perder otro polvo antes de matarme” – piensa Rocío.
Máximo se mete entre las sábanas. Rocío está quieta. Aguarda resignada su destino.
Máximo le acaricia el rostro. Lo hace suavemente. Rocío lo mira. Máximo es hermoso. Sin pensarlo, ella le devuelve las caricias.
Acto seguido, Máximo la besa. Rocío corresponde, y le surge un deseo irrefrenable.
Los cuerpos se gozan, se disfrutan, se palpan.
Máximo y Rocío hacen el amor.
XII.
Se acerca la hora del alba. Máximo le da la mano a Rocío. La invita a pararse. Ahora, sí, le da un vestido de época. Tiene hasta miriñaque.
Rocío se viste, y máximo vuelve a colocarse su traje de etiqueta. Le da la mano, y la conduce a la planta baja.
Recorren un sinfín de pasadizos hasta que llegan a una puerta, de la cual Máximo tiene la llave.
El abre.
En el medio de la habitación, sobre un pedestal hay dos ataúdes.
Rocío se mira el cuello. Tiene una mordida.
-Yo sabía que eras de las nuestras. La ropa negra, las uñas negras, el crucifijo. Bienvenida a la Comunidad Gótica.
Entonces, Rocío y Máximo entran en los ataúdes.
-Que descanses, mi amor- dice él.
-Vos también- dice ella.
¿Nos vemos esta noche? – Pregunta él.
No podría desear otra cosa – Responde ella.
Anna Donner Rybak © 2010