Bote Resignado


Un bote en el agua, esperaba para salir de aquel recorte de revista, arrugado, aburrido. En frente, lo aguardaba un grueso cartón.

No había moros en la costa, y él tímidamente, casi pidiendo permiso por cada movimiento, intrigado, comenzó a desplazarse hacia esa pared sin vida, y se fue despegando del arrugado papel, hasta que tocó con su popa el cartón. Tras el primer contacto, comenzó su mutación de tres dimensiones a un contorno negro. Le costaba trabajo mudarse, el papel era más maleable, mas el cartón era rígido, y le costaba dibujarse.

Tras un tiempo considerable, el bote había terminado su mudanza.

Desde el cartón, el bote tuvo la terrible constatación de que había devenino solamente en contorno. ¿Y donde están mis colores?- preguntó.- Ya te los daremos, no seas impaciente- respondieron los larguiluchos pinceles y comenzaron a desplazarse, lo tiñeron de rojos, amarillos y azules, pero el bote dijo: "Esto es muy primario, parezco recortado y pegado, yo quiero tener forma y movimiento". Entonces, el pincel, con cierto dejo de fastidio, volvió, y le agregó blancos y negros, y le reconstruyó su perdida dimensión.

Cuando aquello estuvo listo, y los pinceles se disponían a retirarse preguntó: -¿Y mi colchón de agua? - Furiosos volvieron los larguiluchos, y comenzaron a trazar aquellas pinceladas entrecortadas, porque era un día ventoso, y había pequeñas olas.

Los larguiluchos estaban tan enojados, que al bote le vino una contractura, porque estaba tan rígido, que cuando intentó moverse, quedó congelado en el cartón.( -Vicios de principiante- la próxima vez lo harás mejor, y la próxima de la próxima lo harás más que mejor. )

El bote resignado, supo que como había sido el primero, y el responsable de su mudanza no estaba acostumbrado a cargar con botes, dado que él era un bote de excelente calidad, hecho artesanalmente de popa a proa, rápidamente lo mudó, y así como llegó, quedó.

-¡Qué desgracia, me tocó ser primero! - Y tenía un nudo en la garganta.
- Este será mi destino, aquí rígido quedaré...

No había terminado la frase cuando vio frente a él unos paisajes perfectos; si bien los colores eran muy sobrios, aquella divinidad casi fotográfica, lo enamoró al instante.

El bote no podía dejar de mirar ese mágico y árido desierto, no había en él más que un cactus, pero ese minimalismo era tan embriagador, y el bote no podía creer que aquel paisaje fuera tan bello. Le era imposible dejar de mirarlo. No se aburría nunca, todo allí estaba deliciosamente acabado, encantadoramente trazado.

Y el bote se subyugó, y el bote se conmovió, y el bote supo entonces que ya no importaba moverse con agilidad, puesto que frente a él, aquel imantado desierto irremediablemente lo atraía hacia sí y ya no pudo despegarse.

Entonces el bote saltó de felicidad.

Anna Donner Rybak © 2011
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