Dedicado a mi prima Nadia Rybak. Recorrió el interior profundo de la Argentina buscando, pistas, datos, entrevistando familiares, invalorable aporte para el reencuentro de abuelas con nietos, aquienes han robado su identidad, pero, la verdad y justicia siempre triunfan. Ejemplos como Mariana Zaffaroni, y muchos otros.
Nadia es parte del equipo de Abuelas de Plaza de Mayo.
I.
-¿A dónde me llevás, amor? – pregunta Patricia, desde los brazos de Gustavo y con una venda en los ojos.
-¿No te dije que te tengo una sorpresa, gorda? – responde Gustavo, caminando el último trayecto que le restaba para llegar a la puerta de La Casa.
-¡No aguanto más la ansiedad, amor! – exclama Patricia – ¡además me ataste muy fuerte la venda en los ojos!.
-Si te aprieta mucho, damos la vuelta – dice Gustavo, alterado.
-¡No amor! ¡Es que la ansiedad me está matando!- Patricia va en andas de su flamante marido, el Doctor Gustavo de los Santos, con quien contrajo enlace hace un mes, recién llegados de Playa del Carmen, tras descansar y bañarse en un mar transparente.
-Ya estamos por llegar – dice seriamente Gustavo, al tiempo que baja a Patricia con una expresión de alivio en el rostro.
-¿Tengo que caminar vendada? – ¡Patricia, son unos pasitos nada más, no seas tan cobarde!
-¡No amor, no lo dije para que te enojes! – Caminá derecho para adelante, un paso más, tres pasos más, girá un poco a la derecha, ¡un poco! – ¡No me grites Gus, que estoy nerviosa! – Llegamos.- dice seriamente Gustavo
-¡Y ahora qué hago! – Patricia, ¡pensá un poco!, ¿qué hacen los ciegos para desplazarse? - ¿Tocan? - ¡Descubriste América!- responde Gustavo en un tono despectivo.
Siguiendo las instrucciones impartidas por su marido, Patricia toca, y la superficie parece ser de madera. Toca más, y hay bajorrelieves, y arabescos.
-Parece la puerta de un lugar importante – dice Patricia.
-Abrí la mano derecha – responde Gustavo.
Patricia hace lo que él ordena y de repente, siente el frío de un objeto metálico.
-¿Qué es esto? – Por Dios, ¡qué falta de iniciativa que tenés! ¡Usá el tacto!
-Perdoná mi amor. – No me pidas perdón, dale, hacé lo que te digo.
Patricia descubre que el objeto metálico se trata de una llave.
-¡Muy bien!- ironiza Gustavo. – ¡La llave del Reino!, podés sacarte la venda.-El nudo está muy apretado – ¡Me resultaste floja!, ché, vení.
Patricia abre los ojos. Está parada ante la puerta de una bella casa situada en la Rambla de Montevideo.
-¿Te gusta el lugar? – pregunta Gustavo.
-¿Cómo no me va gustar? ¡No lo puedo creer! – responde Patricia y comienza a besar a Gustavo efusivamente. El, apartando el rostro, dice: ¿No vas a abrir la puerta?
- ¿Qué es eso que se ve allá lejos? – ¡Pero nada te viene bien, ché! – Yo solo preguntaba.- ¿Me estás tomando el pelo? – ¡No amor, no, no! – Mirá que me moví, gorda, para que nos sacaran ese mamarracho de nuestra vista. Pero estos burócratas mal nacidos de la Intendencia. ¡Me dijeron que esa porquería es Patrimonio Nacional! ¿Qué esperás para abrir la puerta?
Patricia abre, y se encuentra con una casa totalmente equipada, con muebles de corte minimalista, el sillón negro, que está conformado por dos prismas puestos en ele, la mesa recta, el piso, y del otro lado una mesa con doce lugares, con unas sillas un tanto raras.
-Las encargué especialmente a Alemania. Se hacen en una fábrica que es de los descendientes de Walter Gropius.
No podría ser mejor.
Patricia se había casado con un excelente partido, claro, Papá no hubiera permitido otra cosa.
Gustavo era un tipo alto, con el cabello al ras, caminaba siempre erguido, y tenía una cicatriz en un labio. Los habían presentado sus respectivos padres.
Patricia, no había tenido otro novio antes. Gustavo le pareció atractivo, y no lo dudó.
Se habían casado en la parroquia Stella Maris, y luego la fiesta había sido en el Club Naval, en el Salón Verde, recién inaugurado para eventos de gala.
II.
Patricia está que no cabe en sí de gozo. Esa vista al mar, la embelesa por completo. A ella, el monumento no le parece desagradable, al fin y al cabo por lo que se ve desde allí, se trata ser dos vidrios paralelos, formando una especie de túnel.
Pero el día que Patricia sintió curiosidad, y se dispuso a acercarse al monumento, Gustavo la paró en seco:
-¿A dónde vas? – Quiero ver de cerca el monumento, amor, ¡No es tan feo! – Te prohíbo terminantemente que te acerques, ya te dije que es un mamarracho de pésimo gusto, que nos arruina la vista lateral. -¿Y por qué no puedo verlo de cerca? – Porque no quiero que mi esposa se acerque a un mamarracho subversivo. - ¡Ah! No sabía, entonces no, claro, ni loca me acerco. – Bárbaro, gorda, oíme, yo tengo que viajar por tres días a Buenos Aires – Ay, amor, ¿si ya fuiste antes de casarnos? - ¿Todavía te quejás? Soy el Director del grupo Rambex, y ¿querés que los deje hacer lo que quieran? Si no estoy yo, estos pelotudos van a comprar acciones que no nos convienen – ¡Pero son tres días! - Patricia, oíme, ¡así son los negocios! No me hagas perder el tiempo con explicaciones que no entendés. Tenés a dos cuadras a Estela, y al lado a Marita. Andá a tomar el té con ellas, vayan al SPA del Hotel Carrasco, y dejen que seamos nosotros, quienes nos dediquemos a hacer dinero.
Gustavo partió a la mañana siguiente.
Esta noche, Patricia siente temor al quedar sola en una casa de excesivo metraje. Había aprovechado para darle el día libre a la mucama, puesto que no había que preocuparse de la cena.
Patricia se mete en la cama. Le cuesta conciliar el sueño.
Alrededor de la medianoche, Patricia escucha unoa pasos. “Lo único que me faltaba”- piensa – “¡Ladrones!”.
Patricia se levanta temblando. Indudablemente se oyen pasos, aunque parecen estar en el extremo opuesto de la casa.
Patricia recuerda que Gustavo tiene un gas paralizante. Baja la escalera a tientas, y sigilosamente, tratando de hacer el menor ruido, entra en su estudio. Abre el primer cajón del escritorio. El frasco está en el lugar de siempre, Patricia lo toma, y se dispone a cerrarlo, cuando encuentra una fotografía pequeña. Indudablemente se trata de una foto de hace unos treinta años, donde aparece una mujer, con pantalones “pata de elefante”, cabello negro y lacio, y está embarazada. Patricia vuelve a mirar a la mujer de la foto. Acto seguido, se mira en el espejo del escritorio de Gustavo. Si no fuera porque se trata una foto de época, podría decirse que es Patricia desfilando ropa retro.
Por un instante Patricia se evade del tema que la aterra, y recuerda sus épocas de modelo publicitaria. Por supuesto, cuando se puso de novia con Gustavo, le prohibió que siguiera trabajando. “de Puta”. Así le había dicho.
Nuevamente los pasos retumban y vuelven a Patricia a la realidad. Se levanta con el frasco y sale del estudio.
Patricia agudiza el oído para descubrir el lugar exacto de donde provienen los ruidos. Comienza a caminar, en absoluto silencio hacia el punto donde se genera el sonido. Camina, lentamente. Patricia camina, y camina. Está casi por llegar, sólo debe dar la vuelta a la pared, y entonces se detiene en seco.
Se trata de una mujer, tiene el cuerpo llagado, está rodeada de un charco de sangre, y tiene los pechos hirviendo.
¿Qué te hicieron? – exclama Patricia, olvidándose de inmediato, del tema de los ladrones. La mujer permanece muda.
Patricia le trae con urgencia un vaso con agua. Tras la mujer beber unos sorbos dice: -Ayúdeme, por favor.
-¡Claro! ¡Estás perdiendo mucha sangre! – Es que acabo de dar a luz… - ¿Y dónde está tu bebé? - ¡Me lo arrancaron apenas parí! - ¿Quiénes te lo arrancaron? - ¡Ellos! - ¿Quiénes son “Ellos”? - ¡Ellos, por favor, ocúlteme, se lo ruego! – Si, si, ¿cómo te llamás? -Tania Trías.- Oíme Tania, ahora calmate, te voy a curar las heridas, y te voy a dar un plato de sopa caliente, estás aterida de frío, y después hablamos. – Se llama Nadia, es una nena… - No te preocupes, te juro que la vamos a encontrar- Usted parece una buena mujer, ¿cómo es su nombre? – Patricia- Un gusto, Patricia – Igualmente, Tania, esperame acá, que voy a traerte la sopa.
III.
-¡Dejate de delirar!- ¡Te juro que durante tu ausencia ella estuvo acá! ¡Incluso se sentó donde estás vos! - Patricia, mañana te voy a llevar a la clínica, no podés seguir así. -¡A qué clínica! - ¿A qué clínica? ¿Me tomás por boludo? ¡Te voy a llevar al loquero! – ¡Gustavo, no me trates así! - ¿Y cómo puedo tratar a una loca que dice que vio una mujer que había parido paseando semidesnuda por nuestra casa? - ¡Es verdad! – Voy a llamar a tus padres ahora mismo.
Patricia se queda en silencio.
-¿Qué pasa, Oyarvide? – dice Gustavo al caballero que acaba de llegar. -¿No era que estaba todo controlado? – Por supuesto, Gustavo, no puedo explicarme que pasó.- Escuche, Oyarvide, lo que ahora importa es que tranquilice a su hija, ¿me comprende? – Quedate tranquilo, Gustavo, no te pasará nada, yo hablé con el Sargento Muñoz. -¿Está seguro?
Cuando van a la sala, Patricia no está. -¡Patricia! – la llama Gustavo. - ¡Bajá que tu padre ya vino! Supongo que se fue a dar una ducha, tu hija estaba en un estado calamitoso! – Gustavo irrumpe en carcajadas. -¡Tu “hija”, qué asunto tan gracioso!
Patricia no está en su dormitorio. Salió a tomar aire fresco, y caminó. Y caminó. Y caminó. No entendía por qué, pero algo le decía que quería ver el monumento de cerca.
Se trata de dos paredes de cristal, enfrentadas, formando un túnel, que cruza por un lago de piedras. Patricia observa el monumento. No le ve nada raro, es de corte minimalista, y en las paredes hay algunas inscripciones.
Patricia decide entrar en el túnel. Le llama la atención, en las paredes hay tan sólo, nombres. Nombres y apellidos.
Patricia avanza, leyendo nombres, cuando se detiene en seco. Casi a la salida del túnel, el último nombre en letras plateadas es “Tania Trías”.
Patricia termina de cruzar el túnel. Mientras trata de establecer esa extraña relación del Espíritu que la visitó (así llamó Gustavo a la mujer herida que visitó su casa mientras él estuvo de viaje), otra vez escucha pasos.
Claro, estos son pasos distintos. Son pasos de hierba.
Patricia aguarda.
Aparece una mujer que parece tener alrededor de cuatro décadas, y exclama: -¡Tania!
-Señora, aguarde- responde Patricia. – ¿Quién es Tania?
La mujer rompe en sollozos. -¡Señora, ayúdeme, se lo suplico por favor!, y se arrodilla ante Patricia. -¡Tania es mi hija, y está desaparecida, y seguramente mi nieta ya ha de haber nacido!
IV.
Esther Trías golpea en el despacho de María.
-¡Adelante!- dice una voz.
Esther penetra en una salita, llena de expedientes, algunos apilados, otros archivados, no cabe un solo alfiler.
María, desde su cabeza envuelta en el pañuelo blanco, exclama:
- ¿Qué pista tenés, Esther?
- Me acaban de avisar que encontraron a Oyarvide.
-¿De verdad? ¿Y donde se mandó mudar ahora el desgraciado?
-Lo agarraron en Montevideo.
-¿Y cómo sé que no se nos va a escapar otra vez?
-¡Está en Cuartel de la calle Yí! ¡Está preso, María, está preso, Preso, PRESO!
Las ancianas se abrazan con lágrimas en los ojos.
- ¿Y Nadia?
- ¡Nadia está viva! ¡Nuestras sospechas eran correctas! ¡La tenía Oyarvide!
-¡Desgraciado!
***
Es un 20 de mayo. Todos caminan en silencio. María, Esther, Patricia, y miles de abuelos, y nietos, con carteles alzados.
El de Patricia, dice bien grande “Tania Trías”, con una foto de su madre.
De su Verdadera Madre.
-Patricia, avanzá- dice María.
-Por favor, decime Nadia, a partir de hoy, 20 de mayo, soy Nadia.
-Encantada, Nadia.
Anna Donner Rybak © 2010
-¿A dónde me llevás, amor? – pregunta Patricia, desde los brazos de Gustavo y con una venda en los ojos.
-¿No te dije que te tengo una sorpresa, gorda? – responde Gustavo, caminando el último trayecto que le restaba para llegar a la puerta de La Casa.
-¡No aguanto más la ansiedad, amor! – exclama Patricia – ¡además me ataste muy fuerte la venda en los ojos!.
-Si te aprieta mucho, damos la vuelta – dice Gustavo, alterado.
-¡No amor! ¡Es que la ansiedad me está matando!- Patricia va en andas de su flamante marido, el Doctor Gustavo de los Santos, con quien contrajo enlace hace un mes, recién llegados de Playa del Carmen, tras descansar y bañarse en un mar transparente.
-Ya estamos por llegar – dice seriamente Gustavo, al tiempo que baja a Patricia con una expresión de alivio en el rostro.
-¿Tengo que caminar vendada? – ¡Patricia, son unos pasitos nada más, no seas tan cobarde!
-¡No amor, no lo dije para que te enojes! – Caminá derecho para adelante, un paso más, tres pasos más, girá un poco a la derecha, ¡un poco! – ¡No me grites Gus, que estoy nerviosa! – Llegamos.- dice seriamente Gustavo
-¡Y ahora qué hago! – Patricia, ¡pensá un poco!, ¿qué hacen los ciegos para desplazarse? - ¿Tocan? - ¡Descubriste América!- responde Gustavo en un tono despectivo.
Siguiendo las instrucciones impartidas por su marido, Patricia toca, y la superficie parece ser de madera. Toca más, y hay bajorrelieves, y arabescos.
-Parece la puerta de un lugar importante – dice Patricia.
-Abrí la mano derecha – responde Gustavo.
Patricia hace lo que él ordena y de repente, siente el frío de un objeto metálico.
-¿Qué es esto? – Por Dios, ¡qué falta de iniciativa que tenés! ¡Usá el tacto!
-Perdoná mi amor. – No me pidas perdón, dale, hacé lo que te digo.
Patricia descubre que el objeto metálico se trata de una llave.
-¡Muy bien!- ironiza Gustavo. – ¡La llave del Reino!, podés sacarte la venda.-El nudo está muy apretado – ¡Me resultaste floja!, ché, vení.
Patricia abre los ojos. Está parada ante la puerta de una bella casa situada en la Rambla de Montevideo.
-¿Te gusta el lugar? – pregunta Gustavo.
-¿Cómo no me va gustar? ¡No lo puedo creer! – responde Patricia y comienza a besar a Gustavo efusivamente. El, apartando el rostro, dice: ¿No vas a abrir la puerta?
- ¿Qué es eso que se ve allá lejos? – ¡Pero nada te viene bien, ché! – Yo solo preguntaba.- ¿Me estás tomando el pelo? – ¡No amor, no, no! – Mirá que me moví, gorda, para que nos sacaran ese mamarracho de nuestra vista. Pero estos burócratas mal nacidos de la Intendencia. ¡Me dijeron que esa porquería es Patrimonio Nacional! ¿Qué esperás para abrir la puerta?
Patricia abre, y se encuentra con una casa totalmente equipada, con muebles de corte minimalista, el sillón negro, que está conformado por dos prismas puestos en ele, la mesa recta, el piso, y del otro lado una mesa con doce lugares, con unas sillas un tanto raras.
-Las encargué especialmente a Alemania. Se hacen en una fábrica que es de los descendientes de Walter Gropius.
No podría ser mejor.
Patricia se había casado con un excelente partido, claro, Papá no hubiera permitido otra cosa.
Gustavo era un tipo alto, con el cabello al ras, caminaba siempre erguido, y tenía una cicatriz en un labio. Los habían presentado sus respectivos padres.
Patricia, no había tenido otro novio antes. Gustavo le pareció atractivo, y no lo dudó.
Se habían casado en la parroquia Stella Maris, y luego la fiesta había sido en el Club Naval, en el Salón Verde, recién inaugurado para eventos de gala.
II.
Patricia está que no cabe en sí de gozo. Esa vista al mar, la embelesa por completo. A ella, el monumento no le parece desagradable, al fin y al cabo por lo que se ve desde allí, se trata ser dos vidrios paralelos, formando una especie de túnel.
Pero el día que Patricia sintió curiosidad, y se dispuso a acercarse al monumento, Gustavo la paró en seco:
-¿A dónde vas? – Quiero ver de cerca el monumento, amor, ¡No es tan feo! – Te prohíbo terminantemente que te acerques, ya te dije que es un mamarracho de pésimo gusto, que nos arruina la vista lateral. -¿Y por qué no puedo verlo de cerca? – Porque no quiero que mi esposa se acerque a un mamarracho subversivo. - ¡Ah! No sabía, entonces no, claro, ni loca me acerco. – Bárbaro, gorda, oíme, yo tengo que viajar por tres días a Buenos Aires – Ay, amor, ¿si ya fuiste antes de casarnos? - ¿Todavía te quejás? Soy el Director del grupo Rambex, y ¿querés que los deje hacer lo que quieran? Si no estoy yo, estos pelotudos van a comprar acciones que no nos convienen – ¡Pero son tres días! - Patricia, oíme, ¡así son los negocios! No me hagas perder el tiempo con explicaciones que no entendés. Tenés a dos cuadras a Estela, y al lado a Marita. Andá a tomar el té con ellas, vayan al SPA del Hotel Carrasco, y dejen que seamos nosotros, quienes nos dediquemos a hacer dinero.
Gustavo partió a la mañana siguiente.
Esta noche, Patricia siente temor al quedar sola en una casa de excesivo metraje. Había aprovechado para darle el día libre a la mucama, puesto que no había que preocuparse de la cena.
Patricia se mete en la cama. Le cuesta conciliar el sueño.
Alrededor de la medianoche, Patricia escucha unoa pasos. “Lo único que me faltaba”- piensa – “¡Ladrones!”.
Patricia se levanta temblando. Indudablemente se oyen pasos, aunque parecen estar en el extremo opuesto de la casa.
Patricia recuerda que Gustavo tiene un gas paralizante. Baja la escalera a tientas, y sigilosamente, tratando de hacer el menor ruido, entra en su estudio. Abre el primer cajón del escritorio. El frasco está en el lugar de siempre, Patricia lo toma, y se dispone a cerrarlo, cuando encuentra una fotografía pequeña. Indudablemente se trata de una foto de hace unos treinta años, donde aparece una mujer, con pantalones “pata de elefante”, cabello negro y lacio, y está embarazada. Patricia vuelve a mirar a la mujer de la foto. Acto seguido, se mira en el espejo del escritorio de Gustavo. Si no fuera porque se trata una foto de época, podría decirse que es Patricia desfilando ropa retro.
Por un instante Patricia se evade del tema que la aterra, y recuerda sus épocas de modelo publicitaria. Por supuesto, cuando se puso de novia con Gustavo, le prohibió que siguiera trabajando. “de Puta”. Así le había dicho.
Nuevamente los pasos retumban y vuelven a Patricia a la realidad. Se levanta con el frasco y sale del estudio.
Patricia agudiza el oído para descubrir el lugar exacto de donde provienen los ruidos. Comienza a caminar, en absoluto silencio hacia el punto donde se genera el sonido. Camina, lentamente. Patricia camina, y camina. Está casi por llegar, sólo debe dar la vuelta a la pared, y entonces se detiene en seco.
Se trata de una mujer, tiene el cuerpo llagado, está rodeada de un charco de sangre, y tiene los pechos hirviendo.
¿Qué te hicieron? – exclama Patricia, olvidándose de inmediato, del tema de los ladrones. La mujer permanece muda.
Patricia le trae con urgencia un vaso con agua. Tras la mujer beber unos sorbos dice: -Ayúdeme, por favor.
-¡Claro! ¡Estás perdiendo mucha sangre! – Es que acabo de dar a luz… - ¿Y dónde está tu bebé? - ¡Me lo arrancaron apenas parí! - ¿Quiénes te lo arrancaron? - ¡Ellos! - ¿Quiénes son “Ellos”? - ¡Ellos, por favor, ocúlteme, se lo ruego! – Si, si, ¿cómo te llamás? -Tania Trías.- Oíme Tania, ahora calmate, te voy a curar las heridas, y te voy a dar un plato de sopa caliente, estás aterida de frío, y después hablamos. – Se llama Nadia, es una nena… - No te preocupes, te juro que la vamos a encontrar- Usted parece una buena mujer, ¿cómo es su nombre? – Patricia- Un gusto, Patricia – Igualmente, Tania, esperame acá, que voy a traerte la sopa.
III.
-¡Dejate de delirar!- ¡Te juro que durante tu ausencia ella estuvo acá! ¡Incluso se sentó donde estás vos! - Patricia, mañana te voy a llevar a la clínica, no podés seguir así. -¡A qué clínica! - ¿A qué clínica? ¿Me tomás por boludo? ¡Te voy a llevar al loquero! – ¡Gustavo, no me trates así! - ¿Y cómo puedo tratar a una loca que dice que vio una mujer que había parido paseando semidesnuda por nuestra casa? - ¡Es verdad! – Voy a llamar a tus padres ahora mismo.
Patricia se queda en silencio.
-¿Qué pasa, Oyarvide? – dice Gustavo al caballero que acaba de llegar. -¿No era que estaba todo controlado? – Por supuesto, Gustavo, no puedo explicarme que pasó.- Escuche, Oyarvide, lo que ahora importa es que tranquilice a su hija, ¿me comprende? – Quedate tranquilo, Gustavo, no te pasará nada, yo hablé con el Sargento Muñoz. -¿Está seguro?
Cuando van a la sala, Patricia no está. -¡Patricia! – la llama Gustavo. - ¡Bajá que tu padre ya vino! Supongo que se fue a dar una ducha, tu hija estaba en un estado calamitoso! – Gustavo irrumpe en carcajadas. -¡Tu “hija”, qué asunto tan gracioso!
Patricia no está en su dormitorio. Salió a tomar aire fresco, y caminó. Y caminó. Y caminó. No entendía por qué, pero algo le decía que quería ver el monumento de cerca.
Se trata de dos paredes de cristal, enfrentadas, formando un túnel, que cruza por un lago de piedras. Patricia observa el monumento. No le ve nada raro, es de corte minimalista, y en las paredes hay algunas inscripciones.
Patricia decide entrar en el túnel. Le llama la atención, en las paredes hay tan sólo, nombres. Nombres y apellidos.
Patricia avanza, leyendo nombres, cuando se detiene en seco. Casi a la salida del túnel, el último nombre en letras plateadas es “Tania Trías”.
Patricia termina de cruzar el túnel. Mientras trata de establecer esa extraña relación del Espíritu que la visitó (así llamó Gustavo a la mujer herida que visitó su casa mientras él estuvo de viaje), otra vez escucha pasos.
Claro, estos son pasos distintos. Son pasos de hierba.
Patricia aguarda.
Aparece una mujer que parece tener alrededor de cuatro décadas, y exclama: -¡Tania!
-Señora, aguarde- responde Patricia. – ¿Quién es Tania?
La mujer rompe en sollozos. -¡Señora, ayúdeme, se lo suplico por favor!, y se arrodilla ante Patricia. -¡Tania es mi hija, y está desaparecida, y seguramente mi nieta ya ha de haber nacido!
IV.
Esther Trías golpea en el despacho de María.
-¡Adelante!- dice una voz.
Esther penetra en una salita, llena de expedientes, algunos apilados, otros archivados, no cabe un solo alfiler.
María, desde su cabeza envuelta en el pañuelo blanco, exclama:
- ¿Qué pista tenés, Esther?
- Me acaban de avisar que encontraron a Oyarvide.
-¿De verdad? ¿Y donde se mandó mudar ahora el desgraciado?
-Lo agarraron en Montevideo.
-¿Y cómo sé que no se nos va a escapar otra vez?
-¡Está en Cuartel de la calle Yí! ¡Está preso, María, está preso, Preso, PRESO!
Las ancianas se abrazan con lágrimas en los ojos.
- ¿Y Nadia?
- ¡Nadia está viva! ¡Nuestras sospechas eran correctas! ¡La tenía Oyarvide!
-¡Desgraciado!
***
Es un 20 de mayo. Todos caminan en silencio. María, Esther, Patricia, y miles de abuelos, y nietos, con carteles alzados.
El de Patricia, dice bien grande “Tania Trías”, con una foto de su madre.
De su Verdadera Madre.
-Patricia, avanzá- dice María.
-Por favor, decime Nadia, a partir de hoy, 20 de mayo, soy Nadia.
-Encantada, Nadia.
Anna Donner Rybak © 2010