Artificio



El tren atraviesa el túnel y llega a la Playa de las Mujeres.


Ella se sorprende; ¿dónde están las que lucen mallas enterizas, biquinis, tangas con lazos, o tangas colales? Solamente las hay en toples o con la burka.


La mujer piensa que quizá justo en ese momento, todas las otras estén en el agua, no se resigna a creer que existan solamente esas dos opciones.


O quizá, se hayan agotado los corpiños en todas las tiendas. Los de tiras, los sin breteles, los que tienen relleno, los que tienen aro.


Podría ser eso; también.


La mujer agudiza la mira y se gira en todas las direcciones. Aguarda unos instantes. Una bañista sale del agua. Su negra burka chorrea agua por doquier, el calor es agobiante. ¿Cuánto tardará en secarse la pobre?


Otras bañistas salen también, pero en toples. Parecen gozar de la frescura del viento, en décimas de nanosegundos sus minúsculas tangas estarán sin una gota de agua.


La playa tiene arena gruesa como la de Miami. Pretende ser una simulación del verano, pero la luz del escenario apenas da la idea de un tenue sol de invierno, un poco más luminoso que el de la noche polar, como el que hay en Disney Word.


La mujer, por momentos, se siente el centro de todas las miradas. Es que ella es la única que tiene un biquini de dos piezas.


Las otras le miran el corpiño, como si ella estuviese exhibiendo una prenda de vanguardia en una pasarela parisina.


La mujer deja su bolso en la playa, aún no le han dicho el lugar del próximo ensayo. Cuando piensa que quizá haya llegado demasiado temprano divisa a Dahyana. Imposible no distinguirla con sus gruesos labios pintados de carmín. Y eso que se le ha dicho infinidad de veces que un color más natural le sería más favorable, pero es inútil: Dahyana no puede prescindir de su brillo; lo disfruta aunque avergüence.


La mujer estima conveniente colocarse una burka. Hubiera querido darse un baño, la burka le molesta y le da calor. Pero mira el agua de refilón y de repente no le resulta tan transparente como ella habría creído.


La mujer se quita la burka, vuelve a tomar el tren y deja su bolso en la playa.


Es que es una playa artificial que pertenece al País de los Grandes.


Todo surgió hace un tiempo, cuando un hombre muy intuitivo vislumbró réditos inconmensurables luego de haber estado un año sacando cuentas en la puerta de la Ciudad de los Niños de Montevideo Shopping, y haber concluido que eran más los grandes que los chicos quienes entraban.


No le fue difícil por una módica suma adquirir toda la manzana que entonces ocupaba el edificio vacío de una extinta oficina pública, que había sido tercerizada, luego de varias idas y venidas de los gobernantes de turno.


La mujer miró su reloj, no se había percatado del paso del tiempo, ha estado entretenida en las tiendas del nivel superior.


Se acerca a las vías del tren, pero ahora el País de los Grandes está vacío. A esta hora sólo queda el personal de servicio.


Un chofer accede a mover el tren sólo por ella y llevarla hasta la playa.


Se sorprende. Su bolso aún está allí; nadie lo ha tocado.


La mujer se pone su ropa, sube nuevamente al tren, que la lleva a la planta baja.


La mujer sale a la calle; ya es de noche.


Anna Donner ©2009
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